martes, 18 de febrero de 2014

La plataforma de la que cayeron los mineros era un elevador improvisado; su uso original era el traslado de mineral a la superficie

Por lo menos a Teódulo Rivera López no lo quería la empresa. Sus constantes denuncias contra el sindicato minero y contra Industrial Minera México S.A. (IMMSA), por las deficientes condiciones en que trabajaban él y el resto de sus compañeros, le habían valido castigos como ser enviado al fondo de la mina, ahí donde la temperatura abrasa pulmones. Sus quejas por la falta de extractores del humo que despiden los camiones que transportan el mineral y el resto de la maquinaria, chocaban con la negativa del nuevo gerente de la empresa a pagarles bonos e invertir en protocolos de seguridad ante el evidente desgaste de los equipos de extracción del mineral. Los reportes se quedaron atrapados en la mina, amurallados en esa fortaleza a la que ni siquiera Protección Civil pudo entrar horas después de la tragedia del miércoles.“En la mina no hay trabajadores, hay esclavos”, resume José Rivera, hijo de Teódulo y quien cumpliría 54 años este 17 de febrero. El joven afirma que ni a la empresa le interesa brindar seguridad a sus mineros ni al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Exploración, Explotación y Beneficio de Minas de la República Mexicana le importa exigirla. “Los del sindicato nos vinieron a avisar del accidente hasta las ocho y media de la noche, el líder aún anda de vacaciones”, dijo con molestia el joven. Dos calles arriba, en la orilla del pueblo, Imelda esperaba ese miércoles a su padre, el pailero Benito Arriaga, quien tenía 54 años y una tiendita de abarrotes para entretenerse mientras le llegaba la jubilación. Siempre llegaba a las cuatro de la tarde, pero el miércoles no llegó a casa. “Quizá dobló turno”, pensó. Los vecinos Benito y Teódulo trabajaban en el nivel -18 de la mina, específicamente en uno de los cinco tiros llamado “De Leones”, a unos 540 metros de profundidad, el primero reforzando soportes y maquinaria con su equipo de soldar y el segundo cuidando el vaciado del mineral a los “tanques”, depósitos cilíndricos de acero que lo transportan a la superficie a través malacates. Al terminar su turno, los mineros comenzaron a acercarse al elevador mecanizado por el que se sube el mineral a la superficie. Ya anteriormente la empresa había “adaptado” una canastilla sobre el tanque de ese tiro para “ahorrarse” el transporte en vehículos de los mineros por la ruta segura: un camino en espiral de 10 kilómetros cuyo recorrido se lleva 40 minutos desde el nivel -19 hasta la superficie. En el improvisado elevador la salida requería de sólo 6 minutos. Benito y Teódulo subieron a la improvisada canastilla, sorteando un par de gruesos cables de acero que atravesaban el módulo y que sujetaban el tanque, luego entraron Blas Guzmán de 47 años y pariente de Benito; el pailero Juan García, de 56 años de edad y 26 de laborar para IMMSA e Isidro Rodríguez, el más joven de los cinco mineros, quien planeaba llevar a cenar a la capital a su esposa, pues ayer cumplían su vigésimo aniversario de boda. El malacate ni siquiera había comenzado a ascender cuando un estruendo reverberó en las entrañas del tiro. El sonido bien conocido por los mineros los pone a correr cuánto pueden para salvar la vida, pero los cinco mineros ya estaban sobre la canastilla y bastaron unos segundos para que las piedras y la tierra desprendidos por el chicoteo del pesado cable cayeran encima de ellos y desbalancearan la canastilla. Blas, Juan e Isidro cayeron junto a los escombros y fierros retorcidos. Benito y Teódulo quedaron atrapados en la canastilla. El rumor les llegó primero. Mientras la empresa hacía mutis sobre el fatal accidente y el sindicato se hacía ojo de hormiga, los compañeros de los malogrados mineros potosinos se acercaron a los familiares y los pusieron al tanto. “No nos decían quién había muerto pero cómo no llegaba mi papá me empezó a dar mala espina”, cuenta Imelda Arriaga en uno de sus episodios lúcidos. Personal de la empresa y miembros del sindicato avisaron a las cinco familias hasta la noche, pero más lamentable fue la tardanza de los Agentes del Ministerio Público que llegaron para dar fe de los cuerpos. El accidente ocurrió a las 2:15 de la tarde, pero los funcionarios de la Procuraduría de Justicia llegaron hasta las 11 de la noche. “Yo no soy experto, ni perito, pero la empresa tuvo el tiempo suficiente para cambiar la escena”, dice tajante una hermana de Teódulo, quien alzaba la voz y denunciaba las condiciones de inseguridad que prevalecían en la mina. Imelda es la única mujer de los tres hijos de Benito. Se desgarra, le grita a su padre que vuelva a la casa. Llora desconsolada. Le pesa la muerte, pero más la ausencia de su cadáver. Habían pasado 24 horas y las autoridades no les habían entregado los cuerpos de Benito y Teódulo que se supone habían sido rescatados en las primeras horas de ayer. El jueves por la mañana, la PGJE anunció que el mismísimo secretario General de Gobierno, Cándido Ochoa Rojas, “supervisaría” las investigaciones del accidente y que brindaría el “apoyo necesario” a los familiares de los fallecidos. Tanto era el interés que el funcionario incluso viajaría en helicóptero…Y en efecto, el funcionario llegó del cielo, pero sólo para entrevistarse con los directivos de IMMSA y representantes sindicales en un privado. Tras veinte minutos se retiró del lugar, no se digno a hablar con la familia de Benito que lo esperaba afuera de la empresa. Para completar el cuadro de desdén empresarial, como Boy Scouts castigados, dos integrantes de Protección Civil del Estado “adornaban” la puerta de IMSSA con sus uniformes naranja. El feudo minero no les permitió la entrada. Larga espera La bandera de la plaza principal de Charcas ondeó ayer a media asta. Los charquenses, enterados de la tragedia, discernían sobre la relación fatal entre la única empresa que provee sueldos de 165 pesos al día en la región y la necesidad de trabajar de los hombres adultos, así como de jóvenes que recién se casan y deben mantener a su familia. Sobran anécdotas de hombres viejos que trabajaron en la mina. No hay amor hacia la empresa en la que se les fue la viida, sólo un profundo desprecio.“Si te accidentas no quieren que vayas al IMSS a incapacitarte, te amenazan con despedirte, te quieren ahí, aunque no bajes, quieren que por lo menos barras”, afirma el padre de Benito Arriaga. A las tres de la tarde su cuerpo salió de la mina junto con el de Teódulo para ser llevados hasta Matehuala a que les practicaran la autopsia. Blas Guzmán Gatica era el único de los cinco mineros que vivía fuera de la cabecera municipal, en la comunidad de Cañada Verde. Tenía 27 años trabajando en la mina y ya había sufrido dos accidentes de consideración: en el primero una roca le cayó en los pies destrozándole varios dedos, en el segundo una maquina le “comió” una parte del dedo de su mano, pero el suelo cerril de sus predios no le daban suficiente cosecha para desembarazarse de su trabajo en la mina. Blas deja a una esposa y tres hijos, el mayor de 17 años y la menor de 11. En la casa de Juan García, colocaron un toldo y sillas para el velorio a pesar de que nadie les dijo a qué hora les llevarían el cuerpo de su amado esposo, padre y abuelo. Algunos amigos comentaron que IMMSA los obliga a trabajar ocho horas continuas en la profundidad, donde las temperaturas alcanzan los 40 grados centígrados. “Te dan suero y agua, pero tienes que trabajar ocho horas, las mascarillas no sirven, los ventiladores son pocos”, dijo el minero, pidiendo reserva de identidad por temor a ser despedido. El sol se ocultaba y las cinco familias, devastadas por la pérdida de sus amados mineros continuaban esperando. A las ocho de la noche, cuadrillas de rescate de la misma empresa lograron rescatar los cuerpos de Juan García, Blas Guzmán e Isidro, extenuados, los trabajadores salieron de la empresa y se entrevistaron con hermanos, hijos y tíos de los tres fallecidos, a quienes les advirtieron que los cuerpos estaban “maltratados”.“Que esta tragedia de verdad atraiga la atención de las autoridades federales de Trabajo y del gobernador porque la empresa no nos garantiza la seguridad”, es la queja de otro minero que se solidariza con una de las familias. En otra casa del pueblo de Charcas, una salita se llenó de flores y de santos, lo único que faltaba era un ataúd, Imelda lanza un alarido: “¡Maldita mina se llevó a mi papá!”. - See more at: http://pulsoslp.com.mx/2014/02/14/ignoro-mina-reiterados-reclamos-de-seguridad/#sthash.FGdwTdrb.dpuf